Hace un par de años mi amiga
Irasema me regaló el libro “Mujeres y Libros.
Una pasión con consecuencias”, de Stefan Bollmann, [i] en
el que se narra “la historia de la lectura y la escritura femeninas, su poder y
su magia”. Nada es de extrañar que
aparezcan pasajes de la vida de Jane Austen, Virginia Woolf, Mary Shelley,
Susan Sontag y otras escritoras muy reconocidas de los siglos XIX y XX.
Pero lo que me provoca escribir
estas líneas es comentar que entre esas mujeres con pasión por la lectura y
que Bollmann considera que tuvo sus
consecuencias, es Marilyn Monroe, quien aparece en el libro en una foto leyendo
a Ulises de J. Joyce. Ah! Sorpresa, pero es que siempre oímos hablar de ella
como “una rubia sexy” y tonta como se dice de todas las rubias.
¡Qué impactantes son los estereotipos! Cuando recibí el libro, no me extrañó leer el
título del capítulo “Hollywood,
1955. Marilyn Monroe, la bomba sexual
lectora”[ii],
pues seguía esa línea de cliché con las que se ha identificado siempre a la
actriz, gracias a la imagen que Hollywood creo de ella, encasillada en roles de
seductora, pendiente de hombres con dinero y
carente de sentimientos auténticos y, claro, de inteligencia.
Sin embargo, en ese capítulo se conoce
otra imagen, una Marilyn que lee autores como Dostoievski, Proust y Thomas
Wolfe, que se confiesa lectora y que visita librerías y compra libros: “Hojeo
unos libros, y cuando veo algo que me interesa lo compro. Este me lo compré ayer”[iii],
dijo cuando llegó a una filmación con un libro de Rilke. El autor alude que ese posible interés de
Monroe en la lectura se debía al hecho de que se sentía avergonzada por haber
abandonado los estudios.
Aunque su matrimonio con el
escritor Arthur Miller fue muy breve, algunos comentaron que las fotos en las
que aparecía leyendo eran una especie de reclamo, de que la miraran no como un
símbolo sexual, sino como una mujer que lee.
Sin embargo, una serie de fotos que le hizo la famosa
fotógrafa Eve Arnold, en la que la estrella aparece leyendo Ulises, son
consideradas como una burla a las dos culturas que envolvían a la actriz, la de
los estudios que la ataban a contratos leoninos que incluían una imagen
determinada, pero también a la “alta cultura” que en los años 50s se distinguía
por la falta de sensualidad. Aparecer en
una foto leyendo a Ulises, que aborda el placer sensorial y el placer físico,
era una especie de juego, según Bollmann, pues las fotos le otorgaban una carga
sexual al acto de leer: “mediante la figura
de la lectora y mediante el libro que ésta lee”.[iv]
De todos modos, conocer estos
detalles de la vida de Marilyn Monroe, rompen el estereotipo de “rubia sexual y
tonta”.
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