viernes, 12 de junio de 2020

De cómo los García amaron la lectura




A Guillem

A veces me he preguntado como yo y mis hermanos Martincito y Rafú aprendimos a amar tanto la lectura. En estos días, recordando a nuestro padre Martín García Ramírez, he encontrado la respuesta.


Hace unos días, exactamente el 28 de mayo, se cumplieron 40 años de su partida. Fue en un mayo muy lluvioso que lo sepultamos en San Pedro de Macorís. En el encierro de las últimas semanas he recordado muchos detalles de mi vida en el Ingenio Quisqueya, de mis compañeros en la escuela pública, nuestros juegos al anochecer sentados en la acera, el trajinar de mi padre en su bodega, la llegada en tiempos de zafra de los cortadores de caña haitianos, las lluvias de cachipas del ingenio y los vagones de caña cruzando por la Plaza.

De entre tantos recuerdos, también han vuelto a mi mente, nuestras lecturas. Si, la de mis hermanos y mía, que cada semana leíamos los últimos muñequitos (comics) que nuestro padre nos traía de Macorís. Así conocimos temprano a Tarzán, Superman, a la Mujer Maravilla, a Batman y Robin, al Pato Donald o al Pájaro Loco y a tantos otros personajes. En esa época también leímos muchos de vaqueros, Red Ryder, el Llanero Solitario y sobre Chanoc, un héroe mexicano, entre otros. Recibir esas revistas, leerlas, coleccionarlas y a veces intercambiarlas con otros niños era una actividad común entre nosotros.

De ese modo también conocimos las colecciones de Vida Ilustres, donde pudimos leer sobre grandes inventores, literatos y conquistadores, Nos acercamos a Edison, Marconi, Einstein, Lope de Vega, Balzac o Hernán Cortés. Cada semana, esperábamos ansiosos nuestros muñequitos. Luego tuvimos la oportunidad de leer la colección de Vidas Ejemplares, historietas sobre santos y mártires, 
entre otros, pero fue ese interés en leer muñequitos el que nos llevó luego a los libros, y al profundo amor a la lectura que perdura hasta el día de hoy.

Nuestros padres nunca nos dijeron “tienen que leer”, pero aparte de los muñequitos, tuvimos el mejor ejemplo: Todas las tardes don Martín, mi padre, leía sentado en una silla en la puerta de su bodega. Leía principalmente novelas de vaqueros, y autores como Alejandro Dumas (padre e hijo), Vargas Vila, V. Hugo, Julio Verne y otros. Era un cliente asiduo de la librería El Gallo en Macorís.[i]

Actualmente, el gran lamento es que “no se lee”. Los estudiantes en las escuelas y universidades buscan vías para hacer sus trabajos sin grandes lecturas. Y yo me pregunto, ¿a quienes han visto leer en su ámbito cercano?, ¿quién les facilita lecturas ligeras y amenas que no sean libros de textos? Para mí, a disfrutar la lectura se aprende con el ejemplo, no con órdenes. Guillen, de apenas 7 años, lee todos los días, disfruta que le regalen libros. ¡Ah!, pero su mamá es una asidua lectora. 



[i] Nombre de la librería obtenido gracias a la colaboración de Gustavo Silva

1 comentario: