En las
últimas semanas he dado seguimiento a los acontecimientos en España y Cataluña,
muy interesada en los hechos políticos, e interesada en cómo han manejado la
comunicación, tanto el gobierno de
España, como el govern catalán.
En
conversaciones con amistades de origen español he podido ver lo informados que
están algunos sobre el proces y lo
indiferentes que han permanecido otros.
Asimismo, he podido percibir cómo algunos se han abstraído de comparar
las informaciones que los medios transmiten y solamente han asumido una fuente,
ya sea la de Madrid o la de Barcelona.
Al día de
hoy, y sin entrar en valoraciones de las decisiones tomadas, me atrevo a
considerar algunos aspectos de la comunicación del presidente Mariano Rajoy,
como jefe del gobierno español y de Carles Puigdemont, president del govern de
Cataluña.
Rajoy desde
el primer momento no logró formular un relato que permitiera a la audiencia
vislumbrar un interés de diálogo ni de negociación, más bien se encaminó a una
judicialización de una situación política, no logrando de este modo llegar a
muchos catalanes moderados o no
independentistas.
Se podría afirmar, siguiendo a Mazzoleni (1998)
que privilegió el lenguaje jurídico, dejando de lado el lenguaje exhortativo,
que supone registros esenciales para ganar la atención del público, como son la
dramatización y la emotividad. En sus encuentros ante los medios de
comunicación no se lograba un intercambio, era él quien se dirigía a los medios
y no estaba abierto a preguntas. Además, y siguiendo su estilo de hablar, lucía dubitativo.
Otro
aspecto que desviaba la atención en la comunicación del gobierno de Rajoy fue
la vocería. ¿Quién o quiénes eran sus
voceros? Tanto la vicepresidenta del
gobierno, como el portavoz del Partido Popular en el congreso de diputados o el
vocero del Partido Popular tomaron la palabra en función del señor Rajoy. Bastante confusión, pues no es lo mismo
hablar desde el gobierno, que hablar desde el partido.
La
comunicación a través de las delegaciones y embajadas fue escasa y
limitada. En esta semana ha sido la
primera vez que veo un artículo en un medio local, firmado por el embajador
español acreditado en el país, donde da la versión gubernamental de la
situación en Cataluña.
“El
gobierno improvisa su estrategia exterior frente a la propaganda separatista”
titulaba recientemente el periódico “El País”, del que no se puede decir sea
antigubernamental. (19 de octubre, 2017), o a Rajoy “tal vez” le hacía falta
una estrategia de comunicación, como comenta Maite Rico, en ese mismo diario.
Pese a las intervenciones de Rajoy y sus voceros, no lograron animar a sus seguidores a respaldarles abiertamente.
En cambio,
el señor Carles Puigdemont, usando una retórica al estilo Berlusconi, con “un
lenguaje fácil, directo y sobre todo asertivo” (Mazzoleni, p.129, 1998),
haciendo una clara simbolización del enemigo,
utilizando argumentos de autoridad y un enfoque dicotómico de la realidad;
conformó un relato atractivo y creíble
para su público.
El president del govern de Cataluña siempre estuvo ante los medios, lo que sigue
haciendo hoy en Bruselas. Quizás su
formación y experiencia como periodista y la asesoría de expertos en
comunicación le permiten esa comprensión
de la importancia de este diálogo de cara a las masas.
Según se
aprecia, mantuvo siempre la vocería de su gobierno. Siempre habló sobre el
curso de los planes del independentismo. Su vicepresident apenas daba declaraciones. Sin embargo para algunos Puigdement era usado
como “marioneta” por su vicepresident.
Puigdemont
mantuvo un activo accionar en las redes sociales. Publicó mensajes en inglés y francés, idiomas
que aparentemente maneja muy bien, y en varios discursos incluyó frases en inglés
al igual que en español, o sea que trataba de llegar a otros públicos fuera de
Cataluña y de otras naciones. Con su relato, escenificación, teatralización y constante movimiento logró concitar el respaldo de miles de catalanes.
Nada es
gratis en política y si bien podría decir que el señor Rajoy, carente de una
estrategia clara, ha suspendido en comunicación; la salida de Puigdemont a Bruselas
ha dejado su imagen golpeada y su credibilidad huidiza.
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